En esta tarde festiva he tenido tiempo para repasar los innumerables periódicos y revistas esparcidas en un caos ordenado por mi estudio. Ayer me llamó la atención este breve artículo publicado en el diario "La Voz", donde se nos cuenta que existen ya empresas dedicadas a trazar el mapa genetico-deportivo de los precoces deportistas.
En otras épocas, y muy especialmente en los regímenes comunistas -China mantiene la tradición- imperaba una primera selección por condiciones naturales (los más altos al baloncesto, flexibles y pequeñitos a los deportes de fuerza, habilidosos a los de raqueta o balón...). La segunda respondía a los resultados, donde médicos, entrenadores e incluso los propios deportistas anteponían la victoria y la trampa por encima del honor y la salud. Era cuestión de Estado. Si buscásemos hoy a muchos deportistas de los ochenta es seguro que nos escandalizaríamos de su actual presencia física. Si todavía viven.
El análisis científico puede ser útil para descubrir ciertas patologías que recomienden a un deportista cambiar su especialidad, u orientar al dudoso en el más adecuado a su naturaleza. Pero tiene dos peligros, en mi opinión. El grupo XX del que se hace mención. El de deportistas en teoría sin ninguna cualidad. ¿Deberían dedicarse a otra cosa? ¿Le diríamos eso a un Larry Bird que ni corría ni saltaba en baloncesto? ¿O a un orondo Puskas que jugaba al fútbol en una baldosa? Hay cualidades que, por suerte o por desgracia, hoy no podemos medir.
El segundo es ese "determinismo genético" en el que nos estamos adentrando en esta Era de cambios fulgurantes. Si estos análisis están en la calle, a disposición de todos. ¿Qué se estará experimentando en los laboratorios que no sepamos? ¿Quién controlará este inmenso poder de creación? Jugar a ser Dios es muy peligroso.