"Dios me ha dado la virtud de la elegancia y yo mismo he llevado a la NBA a una nueva dimesión". Así de humilde se presentaba a los medios el estadounidense Ralph Lee Sampson (Virginia, 1960) el jugador perfecto de baloncesto quien, midiendo 2,24 metros de altura, podía jugar en las cinco posiciones en la cancha allá por los años ochenta. Parecía el elegido para la expansión mundial de la mejor liga del mundo, la NBA. Él, y no un jovencito Michael Jordan, cuando en 1986 rozó el primer título con los cohetes de Houston. Las lesiones de rodilla y su incapacidad para superar un fulgurante declive le sumieron en contínuas peleas, a veces a puñetazo limpio, contra compañeros de equipo y periodistas. Vagó por España y China, mientras Jordan ocupaba sin discusión el trono que él consideraba suyo. Las últimas noticias lo sitúan en un suburbio de Atlanta, arruinado y condenado a la cárcel por el impago de la manutención de dos hijos de madres diferentes. El ocaso de una estrella que todavía guarda escondida una corona oxidada. La que le arrebató Michael Jordan.
Publicado en La Región (29-01-2007)