SIGUE SOÑANDO


Dice la leyenda que Polínexa, madre de Alejandro Magno, soñó que su hijo había sido engendrado por el mismísimo Zeus. El nacimiento coincidió con la victoria de su marido, Filipo de Macedonia, en la carrera hípica de los Juegos del 256 a.C. En honor a tal triunfo, Polínexa cambió su nombre por el de Olimpia. Su sueño se cumplió. Alejandro fue el Zeus del mundo conocido entonces. Un infatigable conquistador. El deporte es hoy lo más parecido a la guerra y sus figuras los nuevos mitos de nuestra era. Soñemos.

Legend say that Polínexa, mother of Alexander the Great, she dreamed that her son had been fathered by Zeus. The birth coincided with the victory of her husband, Philip of Macedonia, in the horse race of the Games of 256 BC. In honor of this victory, Polínexa changed her name to Olympia. Her dream was fulfilled. Alexander was the Zeus of the then known world. An indefatigable conqueror. The sport is now as war and his figures the new myths of our era. Let's dream.

olimpiaduerme@gmail.com

miércoles, 9 de enero de 2008

LA OREJA QUE PROVOCÓ UNA GUERRA

Muchos se han interesado por el nombre de nuestra sección de música, "la oreja de Jenkins". ¿Qué es? ¿Otro grupo de pop? ¿El apéndice de otro genial pintor muerto en la pobreza? La Oreja de Jenkins fue un hecho importante en la historia de España, hoy totalmente olvidado, fieles a nuestro estilo masoquista de menospreciar los acontecimientos más relevantes y recordar lo peor. Desencadenó una guerra y una de las batallas más memorables e ingeniosas, dirigidas por un extraordinario estratega vasco, llamado Blas de Lezo.

Viajemos por el tiempo hasta el siglo XVIII. En 1731 el Imperio Español, ya gobernado por los Borbones, experimentaba un lento declinar, aunque Felipe V conservaba todas sus posesiones americanas. Francia, otrora enemiga, era nuestra aliada, mientras la Gran Bretaña de Jorge II se presentaba como gran amenaza, deseosa de desbancar a España como primera potencia colonial, arrebatándole además el jugoso comercio con el hemisferio sur.

Los ingleses comenzaron a promover el contrabando en las rutas comerciales españolas. Si bien se les permitía el comercio con esclavos -por el llamado Derecho de Asiento- y una mínima cantidad de productos, la Armada española tenía el consentimiento británico para inspeccionar los barcos sospechosos. No en vano persistía el peligro pirata. En una de esas incursiones el capitán Julio León Fandiño abordó el buque Rebecca, gobernado por Robert Jenkins. En castigo por practicar el contrabando, el español desenvainó su sable y cortó una oreja a Jenkins, atado a un mástil, amenazándole de tal forma (siempre según la versión del agredido): "Ve y dile a tu rey que lo mismo le haré si se atreve a repetirlo".

Hasta 1738 no pudo presentarse Jenkins en el Parlamento para explicar lo sucedido, oreja en mano, suscitando la mayor atención y la respuesta fulminante. La oreja más famosa del momento desencadenó entonces la guerra entre Inglaterra y España, pese a que el primer ministro británico, Robert Walpole, intentó evitarlo. Las presiones de los comerciantes, los medios y los rivales políticos de Walpole lograron que, en 1739, comenzase la llamada "Guerra del Asiento". Había más motivos, claro. Las continuas tensiones entre las colonias americanas vecinas de Florida (española) y Georgia (británica). También la permanente tensión por la aspiración hispana de recuperar Menorca y Gibraltar.

El objetivo británico estaba claro. Reunir un colosal ejército y tomar las posesiones españoles más importantes en América. La clave de la guerra era la ciudad de Cartagena de Indias, en la actual Colombia, cuya situación privilegiada como nudo de comunicaciones y puerto comercial permitía dominar una vasta extensión de territorios. Era el lugar ideal para establecer una cabeza de puente.


El rey inglés decidió disponer de todo el potencial militar y reunió una colosal flota, una escuadra cuyo volumen no será igualado hasta el desembarco aliado en Normandía: 180 embarcaciones, más de 23.000 soldados y 3.000 cañones. Una Armada Invencible, al mando del almirante Edward Vernon. Ante tal enemigo, las fuerzas españolas acuarteladas en Cartagena de Indias sólo podían oponer 6 barcos, algo más de 2.800 hombres, 600 de ellos de origen indio, y 990 piezas de artillería, dirigidas por el pintoresco almirante Blas de Lezo. La evidente superioridad -ocho a uno a favor de los invasores- auguraba una masacre y el comienzo del fin del Imperio colonial español, aquella inmensidad de tierras en las que no se ponía el sol. Los ingleses partieron hacia Cartagena tan confiados como los españoles que partirán hacia la guerra de Cuba, más de un siglo después. Menospreciando por completo al enemigo.

El 17 de marzo de 1740 la escuadra inglesa comenzó a bombardear la plaza española. Pero tenían ante ellos a un genio militar. El almirante Blas de Lezo era un auténtico cromo: tuerto, inválido por completo en un brazo y cojo, tras perder una pierna años atrás. Pero poseía una cabeza prodigiosa y una valentía sin igual. Encargado de la defensa, fue relevado en un primer momento por el Virrey de origen navarro Sebastián de Eslava, rival que le profesaba pública envidia (un defecto muy español). Por fortuna, Eslava recapacitó su decisión y devolvió el mando a Blas de Lezo en los momentos más difíciles, aunque después se atribuirá el éxito de la batalla (otra característica muy española).

Blas de Lezo desarrolló todo su ingenio para convertir el paseíllo inglés en un infierno. Dispuso de todo tipo de obstáculos en la entrada del puerto, convirtió sus pesadas piezas artilleras en móviles, situó a sus tiradores en las mejores posiciones, tras estudiar a la perfección el campo de batalla, y tuvo la audaz idea de cavar una zanja al pie de la fortaleza de San Felipe de Barajas, último reducto español, dejando cortas las escalas de abordaje del enemigo.


A su inteligencia se sumó la imprudencia del almirante Vernon. Su previsión no contemplaba un asedio de días. Sus soldados no tenían avituallamiento y, además, Vernon cometió el error de no recoger y enterrar los cadáveres de los caídos en batalla. Cuestiones morales aparte, en tal ambiente de putrefacción no tardó en propagarse una peste entre sus filas. Los ingleses continuaron atacando, pero enfermos y débiles. Blas de Lezo esperó el momento adecuado. Recurrió a un grupo de soldados de refresco y ordenó una carga. Un golpe definitivo que desmoralizó alos ingleses. El 8 de mayo, casi dos meses después del primer cañonazo, el ejército invencible de Vernon emprendió una humillante retirada. Había sufrido 6.000 bajas -aproximadamente 2.500 por enfermedad- 7.500 heridos, había perdido 50 navíos y 1.500 cañones. Impensable al comienzo de la contienda. El comienzo del fin de un conflicto y la derrota británica, reconocida con la paz en 1748.



La gloria fue esquiva para Blas de Lezo. El Virrey Sebastián de Eslava se apropió del triunfo ante Felipe V, mientras el gran almirante vasco falleció un año después, en 1741, como consecuencia de la peste que le había ayudado a derrotar al ejército inglés. Pasarán muchos años hasta que se reconozcan sus méritos. Siempre hemos admirado y rescatado a esos héroes injustamente olvidados, capaces de superar la adversidad cuando el resto se rinde. Blas de Lezo fue uno de ellos. Así como el conflicto de "la oreja de Jenkins" una página inolvidable de nuestra historia. La que nos empeñamos en menospreciar, fieles a nuestro estilo español.

Referencias:
Esparza, José Javier. "La gesta española". Editorial Áltera. (Barcelona, 2005).