"Soy ciclista. Pero también pude ser torero, artista o poeta", repetía constantemente el abulense José María Jiménez (1971-2003) más conocido como "El Chaba". Escogió ser ciclista, pero un rodador autodestructivo. Un Curro Romero del asfalto, capaz de alcanzar la gloria en el Angliru o de descender a la miseria en la contrarreloj. Sin término medio. Cuando cogía el pincel de artista no obedecía a nadie, como demostró en la Vuelta del 98, desechando las órdenes de equipo y a su jefe de filas, Abraham Olano, para volar en libertad. Tan carismático como frágil, se diluía en el Giro o en el Tour. Frustraciones que pudieron sumergirle en el alcohol durante una temporada. Un mal día de febrero de 2002 se hundió después de un entrenamiento rutinario. Pasó dos semanas en la cama. Ni su mujer Azucena, ni sus compañeros, ni su familia, ni una terapia especial de eremita pudieron recuperarle de una terrorífica depresión. Él era su peor enemigo, como siempre. Internado en una clínica madrileña, su potente corazón falló meses después.
Publicado en La Región (11-06-2007).