La Historia se repite y lo mismo parece suceder en el deporte. El Boston Celtics ganó la NBA esta semana contra el Los Ángeles Lakers de nuestro querido Pau Gasol y del tan genial como egoísta Kobe Bryant. En el primer partido, el único emitido en abierto -¡ay, cómo extrañamos "Cerca de las Estrellas"- Paul Pierce nos recordó al viejo pájaro Larry Bird por su pundonor al regresar al partido después de un aviso de lesión. Y el flamante TD Backnorth Garden al viejo y mítico Boston Garden -¡ay, cuando el nombre de los pabellones era incompatible con el mercado!- absolutamente implicado con los jugadores a pie de pista. La Historia se repite, una vez más.
Larry Bird (5 de mayo de 1991) voló sobre el nido del cuco
La vieja guardia de los Celtics de los 80, renovada con jóvenes como Dee Brown o Reggie Lewis (r.i.p.) se resistía a morir en la primera ronda de los playoffs de 1991. Enfrente, un pujante y durísimo Indiana Pacers, donde los galones los portaba el irrascible Chuck Person, apodado "The Riffleman" por sus espectaculares triples. Un pionero del "lenguaje basura" en la NBA y autor, entre otras hazañas, del patadón que envió una pelota al segundo anfiteatro del Chicago Stadium, harto del público y los árbitros. Reggie Miller era entonces su lugarteniente. Y no quiero obviar al buen base Michael Williams, quien había confesado a los periodistas que una visión divina en vestuario había sido la clave de su metamorfosis en juego y acierto durante los playoffs.
Los Pacers no estaban dispuestos a rendirse en tres partidos (la serie era al mejor de cinco) y no sólo forzaron el quinto en el Boston Garden, lo dominaban ante la desesperación local.
Larry Bird (5 de mayo de 1991) voló sobre el nido del cuco
La vieja guardia de los Celtics de los 80, renovada con jóvenes como Dee Brown o Reggie Lewis (r.i.p.) se resistía a morir en la primera ronda de los playoffs de 1991. Enfrente, un pujante y durísimo Indiana Pacers, donde los galones los portaba el irrascible Chuck Person, apodado "The Riffleman" por sus espectaculares triples. Un pionero del "lenguaje basura" en la NBA y autor, entre otras hazañas, del patadón que envió una pelota al segundo anfiteatro del Chicago Stadium, harto del público y los árbitros. Reggie Miller era entonces su lugarteniente. Y no quiero obviar al buen base Michael Williams, quien había confesado a los periodistas que una visión divina en vestuario había sido la clave de su metamorfosis en juego y acierto durante los playoffs.
Los Pacers no estaban dispuestos a rendirse en tres partidos (la serie era al mejor de cinco) y no sólo forzaron el quinto en el Boston Garden, lo dominaban ante la desesperación local.
En el tercer cuarto del encuentro se produjo el momento clave. Larry Bird se precipitó contra el parquet del Garden, al más puro estilo Dave Cowens, en lucha por un balón sin dueño. Bird se golpeó de forma seca en el pómulo izquierdo. Un crochet que le dejó visiblemente conmocionado, obligando a su retirada al vestuario para un análisis del golpe. Su tez natural, ya de por sí colorada, parece la de cualquier turista en España tras el primer día de calor.
Su equipo lo está pasando muy mal. Chuck Person disfruta enlazando una canasta tras otra y provocando al público. Pero el viejo guerrero no está dispuesto a retirarse. Mejor morir en el campo de batalla. Bird, autorizado o no por los médicos, regresó al campo en el último cuarto con la blanca sudadera bostoniana. El efecto fue inmediato entre el público, entregado una vez más a este jugador legendario. El efecto entre los compañeros se produjo tras sus primeras acciones en la cancha: un triple y una asistencia de campo a campo. Después protagonizó otras memorables, como un tiro limpio tras media vuelta en el aire con la mano del defensor encima. Boston, encomendado a San Larry, reacciona y vence a un Indiana corajudo hasta el final (124-121). El público y la crítica se rindieron, una vez más, ante este extraordinario jugador, capaz de convertir el dolor en inspiración y su sacrificio en 32 puntos. Un competidor extremo cuyo trabajo y preparación sólo era comparable a su talento innato.
Tanto esfuerzo se pagó en la segunda ronda, donde el Boston perdió contra el durísimo Detroit Pistons (2-4 al mejor de siete). La hazaña, sin embargo, tuvo tal repercusión que hoy pertenece a los momentos clásicos de cualquier reportaje sobre la Historia de la NBA. Y sólo es una página más en el inmenso currículo de Larry Bird.
La hazaña de Paul Pierce (5 de junio de 2008)
Danny Ainge, antaño miembro del maravilloso quinteto celtic de los ochenta, hizo encaje de bolillos como director técnico para reunir a un trío de jugadores (Kevin Garnett, Paul Pierce y Ray Allen) comparable al integrado por Bird, Kevin McHale y Robert Parish. Pierce, nativo de uno de los barrios más peligrosos de Los Ángeles, era la referencia bostoniana desde finales de los noventa. Atrás quedaba el mal recuerdo de cuando fue apuñalado hasta en 11 ocasiones durante una reyerta. Recuperado, volvió a ser uno de los jugadores más importantes de la liga, destinado a ver su número retirado en el techo del pabellón, aunque incapaz de lucir un anillo de campeón en sus dedos.
La Historia le esperaba a la vuelta de la esquina, 17 años después. Al comienzo del tercer cuarto del primer partido de la Final contra el Los Ángeles Lakers, Pierce se dañó en la rodilla derecha al intentar taponar una penetración de Kobe Bryant. Un mal apoyo, un crujido, y la pesadilla de pensar que su temporada llegaba a su fin. Pierce fue retirado en brazos del TD Banknorth Garden.
El espíritu de Bird y el orgullo de Pierce se conjugaron en la reaparición del bravo bostoniano. Al igual que el pájaro de Indiana, Paul regresó a la pista en loor de multitudes, de un pabellón que nos recordaba, por ambiente e ilusión, a aquel vetusto, verdoso y marrón Garden. El efecto psicológico, de nuevo, fue determinante. Dos triples en su salida al parquet contra un Los Ángeles diluido cual azucarillo. Sus momentos de descanso, montado sobre una bicicleta estática para mantener en calor la articulación dañada, rodeado por aficionados jadeantes nos hicieron retroceder al baloncesto que mamamos en nuestra adolescencia. Volvía la magia en una NBA cada vez más previsible y encorsetada. Ganó Boston, una vez más (88-98) encauzando el camino hacia el título que no levantaba desde 1986. Pierce aportó 22 puntos y otra página de valor y orgullo en los playoffs de la NBA, descritos por el periodista de TVE Ramón Trecet como "los partidos que separan a los hombres de los niños".
17 años de diferencia. Diferentes jugadores, diferente baloncesto, diferente escenario... pero en Boston todavía perdura el influjo de una dinastía de excepcionales ganadores. La historia se repite.