Competir al límite tienen sus riegos
El camarada Veitía pierde la compostura
El entrenador cubano de Judo femenino, Ronaldo Hilarión Veitía, es ya un clásico en Mundiales y Juegos Olímpicos. En cada torneo está más gordo, prueba de que a él no le afectan las restricciones que sufre el pueblo cubano desde que Fidel Castro accedió al poder. Sus resultados son innegables, porque sus judokas siempre compiten por los primeros puestos. Veitía es un espectáculo en su silla de entrenador, en la cual rebosa con generosidad libras de abundante masa grasa. Su obesa figura olímpica e intensidad caribeña al borde del tatami nos hacen temer un infarto de miocardio en cada edición, riesgo que el técnico ha logrado burlar de nuevo.
Más problemas le han causado sus explosivas declaraciones al término de una de las finales donde su pupila perdió por una decisión arbitral discutible contra una competidora local. Veitía llamó a los jueces nada menos que "Hijos de puta", recurso tan latino como caribeño. ¿Pensaremos por ello que el orondo técnico es un racista? No, el insulto se entiende como un momento de frustración, una salida de tono del compañero y camarada Veitía. ¿Qué opinará de esto el rotativo "The Guardian"? ¿Pedirá la expulsión del entrenador por racismo?
Ronaldo Veitía carga contra los jueces olímpicos
Amor y despecho en la piscina
El encuentro en Pekín fue terrorífico, con malas consecuencias para todos y, de forma especial para la francesa. Del oro en Atenas a un último puesto en los 400 libres. Totalmente hundida, Manaudou estalló ante las cámaras de su país y rompió a llorar mientas un estupefacto entrevistador intentaba consolarla. Esperemos que esta gran promesa estabilice su vida y pueda mostrar su talento en el agua, no el de protagonista de culebrón venezolano.
Abrahamian, un desplante nada olímpico
Otra de las imágenes curiosas de Pekín 2008 será el desplante del luchador grecorromano sueco Ara Abrahamian en el podio de la categoría de 84 kilos. El luchador no estaba de acuerdo con su eliminación en las semifinales contra el posterior campeón. Después de ganar el bronce se presentó en la ceremonia de entrega, recibió la medalla, la dejó en el tatami y se marchó tras despedirse de sus compañeros, en protesta por lo sucedido. El consuelo del bronce no le compensaba.
Al Comité Olímpico no le tembló el pulso. Despojó al sueco de su medalla y dejó el puesto vacante. Abrahamian debe aceptar las decisiones de los jueces, desde el momento que pisa el círculo. Fuese justa o no su derrota en la semifinal, el gesto protagonizado es más propio de un niño pequeño con ganas de llamar la atención. Nos recuerda, por cierto, al equipo estadounidense de baloncesto que en Munich 1972 se negó a recoger su medalla de plata al considerar injusto el desenlace de la final contra la URSS. Nadie quiere aceptar la derrota cuando te encuentras a las puertas de la gloria, pero esto no deja de ser un deporte y los jueces, con sus aciertos y errores, forman parte del mismo.