Sólo había dos opciones para los griegos en las Termópilas. Retirarse y hacerse fuertes hacia el sur o plantar cara a un enemigo imbatible, minimizada su mejor baza defensiva, la estrechez del paso de las Termópilas. El ejército de Jerjes atacaría ahora por dos flancos directos y desde las alturas, guiados por el traidor Efialtes.
Leónidas y sus espartanos no conocen los términos "retirada", y mucho menos "rendición". "Esta noche cenaremos en el Hades", había anunciado a su guardia personal, decidida a acompañarle hasta el final. Algo menos de los 300 que comenzaron la batalla, evidentemente, dado el fragor de una encarnizada lucha. (Pero he aquí que el director de esta a veces infumable película se olvida de otros bravísimos griegos que decidieron sacrificar hasta la última gota de su sangre, hasta la última gota de su sudor, contra los invasores persas). No estaban solos, 400 tebanos y 700 tespianos, dirigidos por Demófilo, decidieron también quedarse en las Termópilas.
Poco se podía oponer ante el formidable ejército de Jerjes, ahora con ventaja sobre el medio. Pero, ¿cómo fue el último enfrentamiento? (En 300, el director dispone a los espartanos formando una tortuga con sus escudos donde, por cierto, a lo sumo caben dos docenas de soldados. Jerjes se presenta disfrazado de drag queen y con voz de Bibí Andersen, una vez más, y le ofrece una elección: aliarse y convertirse en el general de una Grecia ocupada o la muerte. Leónidas se negará otra vez y -en otra licencia imperdonable de Snyder- casi sorprende al bárbaro, cuando uno de sus espartanos sale de la formación y le arroja una lanza, que le arrancará unos pendientes, clavándose a escasos centímetros de sus cabeza. Jugada ensayada. Je, je, je -por no llorar después de esta lamentable escenita-. Falta lo mejor. Los persas se avalanzan sobre los griegos. Fatigados, en inferioridad númerica, van cayendo uno a uno, masacrados por las flechas. ¿Quién será el último en caer? Claro, un Leónidas con tiempo suficiente para pronunciar sus últimas palabras. Un cursi discursito llamando a su mujer. Uno de esos parches típicamente estadounidenses que sólo animan a sacar a puntapiés de la sala al director. Una de esos detalles políticamente correctos que quedan absolutamente desfasados en la época donde nos encontramos).
Vamos a ver, señor Snyder. Si hubiese leído las fuentes de la época (sean fiables o no, dada la lejanía del hecho) encontraría un final más bello, más fuerte, más dramático, más ajustado al espíritu de lealtad y valentía que pretendía atribuir a los espartanos. Leemos que todos los griegos se defienden bravamente contra un enemigo superior, con Leónidas en primera línea. Que una flecha hiere mortalmente al rey espartano. Que su guardia personal lo recoge, lo conduce hasta una pequeña elevación del terreno y allí forman un círculo a su alrededor, protegiéndole mientras van cayendo uno a uno. Hasta el último soldado. ¡Dios mío! Señor Snyder. ¿No es éste un final mil veces mejor al suyo? Sus defensores aludirán a la eterna libertad del creador para con su obra, pero esa libertad se gana con el talento, no con la mediocridad exhibida en muchos momentos de la película.
Aquí terminó la hazaña griega en las Termópilas. El ejército de Jerjes aplastó a los 1.400 que osaron enfrentarse y se encaminó hacia Atenas, la polis más representativa de la civilización griega. En septiembre del mismo año, los persas la saquean y queman, obligando a una evacuación previa que dejó a la capital desierta. Los griegos estaban a un paso de la desaparición o la subyugación. Pero poseían a buenos militares. Uno de ellos, Temístocles, se aprovechó de la traición de Efialtes y condujo a Jerjes, mediante una táctica similar, hacia Salamina. Allí se produjo otra épica batalla naval -aproximadamente el 23 de septiembre del 480 a.C.- donde los griegos, muy buenos marineros, aplastaron a la impresionante flota persa. Entre otras cosas, porque sus trirremes se manejaban mejor y a mayor velocidad que las enormes embarcaciones enemigas. Faltaba el golpe final en tierra firme. Éste tuvo logar en Platea -23 de agosto del 479 a.C.- donde las fuerzas defensoras reunieron un gran ejército, esta vez sí respaldado por los espartanos. Jerjes aceptó la derrota y se retiró. Los griegos celebraron la victoria y prosiguieron, años después, con sus guerras particulares (la naturaleza humana es la historia de la sangre). Esparta cayó en decadencia a partir del 360 a.C. No así su espíritu, motivo de inspiración para muchos ejércitos desde entonces.
La película 300 ha suscitado muchas críticas. Algunas comprensibles dada su forma de tratar a los persas, comenzando por Jerjes, o por su idílica descripción de la sociedad espartana o por su imaginativa distorsión de los hechos. Se ha dicho o escrito también que establece un símil con la situación de la Europa actual, forjada en las culturas griega, romana y judeo-cristiana, amenazada por la invasión emigratoria de los descendientes de los persas, muy diferente al crisol de culturas que reunía, cada una con sus credos particulares. La presente es un ejército agrupado en torno al Islam, que no destaca en su mayoría por la adaptación a una nueva sociedad, cuyos modos de vida son incompatibles en el mundo occidental. No se si el pensamiento de Snyder alcanzará a tanto, a plantear una de las grandes incógnitas y problemas del futuro. Tampoco sería factible tomar la decisión de Leónidas y los griegos, dado que la forma de luchar ha cambiado con el paso de los siglos. Ahora prolifera el envío de fanáticos suicidas, convencidos de que su sacrificio en la búsqueda del mayor número posible de víctimas les conducirá a un paraíso donde les esperan bellas vírgenes y ríos de leche y miel. Táctica que ni griegos ni persas emplearon hace 2.500 años.