Genio incomprendido e incomprensible en la NBA (II)
Terminado el espectacular aunque no exitoso período universitario, el mundo del baloncesto profesional -irónico en este caso porque dedicaba más horas a entrenarse que nadie- se abrió ante Pistol Maravich. Tuvo dos opciones: la pujante NBA o la difícilmente clasificable ABA. No cabe duda que el estilo de Pistol era carne de la segunda liga, donde la espontaneidad y el estilo desenfadado en el juego eran las señas de identidad. De hecho, el Carolina Cougars estudió su fichaje, operación frustrada al dejar plantados a Pistol y su padre antes de una reunión para acercar posturas. Entonces Pistol decidió asegurar su futuro y firmar un contrato profesional con el Atlanta Hawks.
Su debut fue espectacular. Desde Bob Cousy no se veía en las canchas de la NBA a un base con tal dominio del balón y predispuesto a los juegos malabares. Era un Mozart que deslumbraba entre hombres, si bien no conseguía hacerles partícipes de sus partituras. Atlanta poseía a un extraordinario alero, de estilo opuesto al de Pistol, llamado Lou Hudson. El gran Lou era la personificación de la sencillez y la sobriedad, y como el resto, no entendía esa búsqueda del arte individual llevado al extremo de un Pistol ya con su estilo personal: pelo desmelenado, bigote, número 44 (su media de puntos en la NCAA), medias grises cercanas a las rodillas y cierto aire de tipo despistado. Atlanta nunca superó una primera ronda de play off, las derrotas necesitan justificarse con culpables. Para algunos Pistol mataba cualquier opción de juego colectivo. Para Pistol sus compañeros no se implicaban o se entrenaban lo suficiente para ganar. Los enfrentamientos con la prensa no se hicieron esperar. Para colmo, en 1973 su hermano le transmitió una terrible noticia, su madre se había pegado un tiro en Charlotte, presa de un alcoholismo crónico. Un mazazo psicológico difícil de encajar.
Pistol necesitaba oxígeno. En 1974 una nueva franquicia llamada New Orleans Jazz apostó fuerte por él, nada menos que cuatro rondas del Draft por sus servicios. En una ciudad tan provinciana y musical Pistol se mostró como un extraordinario jazzman, un solista prodigioso, capaz de cautivar al público con sus jam sessions baloncestísticas. Si se pudiese hablar de una temporada especialmente buena para él, ésta fue la 76-77, donde terminó como el máximo anotador de la NBA (31,10 puntos por encuentro) y protagonizó un partido memorable contra el New York Knicks, machacándoles con 68 puntos. Una auténtica hazaña, porque Pistol tenía como defensor a una de la leyendas de los setenta, el incomparable Walt Frazier. Aquella era su noche, el resultado de tantas horas pegado a una pelota. (Y las imágenes han llegado hasta nosotros, como podemos comprobar en el vídeo del encabezamiento).
Pistol siguió protagonizando imágenes maravillosas, adelantadas a su tiempo, repetidas una y mil veces por los vídeos promocionales de la NBA. Sin embargo, el baloncesto es y será un deporte de equipo. Magic tuvo a su alrededor a Jabbar, Whorthy, Scott y A.C.Green; Bird a McHale, Johnson, Ainge y Parish; Jordan a Pippen, Rodman, Harper y Longley; Erving a Malone, Cheeks, Toney y Dawkins... Pistol no tuvo compañía ni se dejó acompañar. El intento de formar un dúo mortífero junto a la ametralladora Gail Goodrich fracasó estrepitosamente. Su hábitat natural parecía el All Star Game, donde podía dar rienda suelta a todas sus creaciones.
El destino le castigó de forma cruel, además. El 31 de enero de 1978 atrapó un rebote en su aro, sin posar los pies en el suelo, aprovechó para dar un pase espectacular de salida de contragolpe. Cayó mal sobre la rodilla derecha y la rompió en mil pedazos. Se dice que aquí perdió su frescura, que cuando reanudó la actividad sintió que su pierna no era la misma, ya no podía seguir el ritmo de sus manos y su cabeza. Su incontenible ansia por jugar -ya lo había hecho lesionado en anteriores ocasiones- a buen seguro precipitó su regreso, dañándose varias veces más. Comienza aquí un lento declinar, paliado por su inimitable talento y por los infinitos recursos de su arsenal. Los resultados fueron los mismos, siempre lejos de la oportunidad de luchar por un título.
Esa oportunidad llegó en la temporada 1979-80. Utah lo traspasa a Boston. Es el último billete hacia la gloria. Allí se encuentra al gran Dave Cowens, a Nate Archibald y a un novato sensacional llamado Larry Bird, entrenados por un sargento conocido como Bill Fitch. Los Celtas había pasado de ganar 29 a 61 partidos en una progresión espectacular. Pistol llegó mediada la temporada, aceptando un papel secundario. Jugó 24 encuentros de la primera fase y 9 de play offs. El Boston alcanzó la final de la Conferencia Este pero cayó (4 victorias a 1) contra el potentísimo Philadelphia de Julius Erving.
Las expectativas para la temporada 80-81 eran altísimas. No para Pistol Maravich, quien al comienzo de la misma anunció su retirada. ¿Por qué? Quizá el inexorable paso del tiempo había mermado sus facultades y no estaba dispuesto a aceptarlo. Quizá no se sentía feliz como jugador de rotación y necesitaba la posesión de balón de forma permamente. Quizá él no era como Bill Walton, el gran pivot blanco que aprovechó la última oportunidad de su carrera para ganar un título (1986) después de muchas temporadas machacado y reducido al mínimo por las lesiones. El caso es que Pistol dijo no. El caso fue que Boston fichó a Robert Parish y Kevin McHale, ganó 62 partidos y después la final de la NBA a los Houston Rockets, todavía sin Olajuwon.
Con las zapatillas colgadas, comenzó el mundo real para Pistol Maravich, sin el refugio del baloncesto primero, y después sin su padre, fumador empedernido quien falleció de cáncer. Este sí fue un torpedo en la línea de flotación de Pistol. Su padre, uno de sus mayores críticos, había sido el sustento emocional durante toda su carrera. A Pistol le costó mucho superar el bache. Cayó en el alcoholismo, el misticismo radical, la astrología, la ufología... El comienzo de la década de los ochenta fue una etapa de inestablidad hasta que, en 1982 se reencontró con el cristianismo. Se casó con Jackie, y tuvo dos hijos: Joshua y Jaeson. Pareció encontrar entonces el equilibrio. Escribió su autobiografía, "Heir to a dream" (Heredero de un sueño). Impartió charlas y conferencias, mostrándose muy religioso, congraciado con la vida. Los Jazz retiraron el número 7 en su honor e ingresó en el "Hall of Fame" de Springfield.
El 8 de enero de 1988, solventadas sus deudas con la vida, muere durante un partido de baloncesto con amigos en Pasadena (California). Infarto de miocardio. "Me siento en plena forma", fueron sus últimas palabras. No se le había conocido, o al menos nunca se publicó, problemas de corazón o hipertensión arterial. Quizá el destino le reservaba la entrada al panteón de héroes deportivos impidiendo al resto de los humanos asisir al proceso de su vejez natural, como a los Petrovic, Martín, Korac... Murió como muchos quisieran, con la botas puestas y dentro de una cancha de baloncesto. Adiós a uno de los mayores genios creativos de la historia, a quien sólo le faltó comprender que, en este juego, triunfan los grandes equipos aunque brillen los grandes talentos.
TRAYECTORIA
Nacido el 22 de junio de 1947 en Aliquippa (Pennsylvania).
Escolta/ 1,96 metros.
Daniels High School
Needham-Broughton
Edwards Military Academy
Louisiana State (1966-70)
Atlanta (1970-74)
New Orleans (1974-79)
Utah/Boston (1979-80)
Promedio anotador universitario: 44,50
Promedio anotador profesional: 24,20
REFERENCIAS
Abbott, Henry. "La leyenda de Pistol Pete". Revista NBA.
Bernad, Agustín. "Pete Maravich, cañonero incomprendido". Revista NBA.
DuPree, David. "La leyenda de Pistol Pete". Revista NBA.
Gancedo, Javier. "Pistol Maravich, la historia de un jugador genial". ACB.com
Layden, Frank. "La supervivencia de los Jazz en Utah". Revista NBA
Vázquez, Gonzalo. "Pistol Pete Maravich, fuera de catálogo". ACB.com
"100 Gigantes del Basket Mundial". Revista Gigantes del Basket
"Historia de los equipos de la NBA". Revista NBA
"53 años de Historia de la NBA". Revista NBA