Divina Wilma, ni la segregación racial de Tennesse, ni el sarampión, las paperas, la escarlatina o la neumonía pudieron contigo. Ni siquiera una poleomelitis que te dejó la pierna izquierda inerte. "Esta niña nunca caminará", sentenciaron los médicos. A los 11 años su madre la encontró corriendo en el jardín de casa. La atleta estadounidense Wilma Rudolph (1940-1994) fue la número 20 entre los 22 hijos de la prolífica señora Blanche. En 1960 enamoró por su elegancia y velocidad en los Juegos de Roma. Ganando tres oros, y propiciando el primer desfile de blancos y negros unidos de su tierra en su honor. Pero, a los 22 años, lejos todavía de su madurez deportiva, lo dejó todo porque su vida se tambaleaba. Su marido Eldridge no soportaba ser el segundo. Dos separaciones, otra relación por medio, cuatro hijos... Terminó mendigando entre los suburbios de Los Ángeles. En Roma, hipnotizados por su recuerdo, le ofrecieron una segunda oportunidad. Rehizo su vida hasta que un tumor cerebral cerró sus ojos.
Publicado en La Región (09-04-2007)