Como aquellos que vieron a Jesse
Owens en Berlín o el '10' de Nadia Comanechi en Montreal, nosotros hemos tenido
el privilegio de ver el ascenso, madurez y ocaso de un deportista ya eterno. Michael
Phelps; para unos el tiburón, para otros la bala de Baltimore. Tras los dos
primeros días de competición en Londres, el comentario general era 'Phelps está
acabado', porque este nadador ha sido tan grande que un segundo o un cuarto
puesto parecía indigno, una falta de respeto al público. Porque sus últimos 50 metros no eran tan
inalcanzables como antaño.
Un entrenador de baloncesto dijo: "Nunca
subestimes el corazón de un campeón". Cierto. Phelps sacó lo mejor del
suyo y acalló todas las críticas. Su último podio, su última medalla; su
última, emocionada y nostálgica mirada al firmamento fue la despedida más
hermosa, sin necesidad de pronunciar una sola palabra.
Adiós al hombre más
feliz dentro que fuera del agua. Gracias por mostrarnos todo su talento,
corazón y trabajo. Gracias a todos sus rivales -Crocker, Lochte, Cavic, Cseh-
por obligarle a superar sus límites. Hasta siempre.
Publicado en La Región (6-VIII-2012)