En los Juegos de la antigua Grecia no se permitía el acceso de mujeres en determinadas pruebas, bajo pena de ser despeñadas desde el Monte Tipeón, muy cerca de Olimpia. El tan admirado Barón de Coubertain tampoco era un entusiasta del sexo femenino en el deporte, a quien reservaba el papel de espectadora en la grada. Ya era un avance.
Año tras año, el empeño de unas mujeres y el carácter magnánimo de ciertos hombres han logrado la integración total de las primeras en los Juegos, sin las cuotas paritarias anheladas por ciertas ministras. La asignatura pendiente es su emancipación en el mundo musulmán. La Federación de Judo ha prohibido a la saudí de 16 años Wojdan Shaherkani competir con un ‘hijab’ por debajo del judogui, la prenda reglamentaria. Su padre, ya bastante avanzado para ser de la zona, ha amenazado con retirar a la joven para salvar su honra.
Pues ellos se lo pierden. Los judíos no pueden luchar con ‘kipá’, ni los cristianos con una cruz encadenada ni los sijs con turbante. El deporte iguala a todos por encima de cualquier religión. No hay razón para ceder ante las imposiciones de quienes se rigen por un libro escrito en el siglo VII. O se adaptan o no participan.
Publicado en La Región (31-VII-2012)